Madame Pritzker, formas ondulantes.
Los últimos trabajos de la arquitecta Zaha Hadid. La ganadora del premio Pritzker tiene tres proyectos para construir en las ciudades de Taichung, Nápoles y Montpellier.
Empezó construyendo teorías
a partir de sus proyectos, imaginativos para unos,
imposibles para otros. Diseños para el asombro,
formas extravagantes que desde hace años
venían anunciando el futuro. Figuras que
a veces semejan cintas sinuosas. O que acaso parecen
volúmenes partidos, quebrados en pedazos
irreconocibles y capaces de mutar en nuevos espacios,
tan difíciles de describir como de imaginar.
El dinamismo y la fluidez son casi como su firma:
con sólo ver un proyecto de formas inquietantes
expresadas en pinturas se sabe que detrás
de esas ideas está la diva de la arquitectura.
Es decir, simplemente, Zaha Hadid.
Hoy, en el Museo del Hermitage de San Petersburgo,
en Rusia, esta inconfundible arquitecta de origen
iraquí traspasará oficialmente un
umbral hasta ahora vedado para su género:
será la primera mujer en recibir el Premio
Pritzker de Arquitectura (ver Zaha...).
Aunque este reconocimiento la sube al peldaño
más alto de la arquitectura mundial, Zaha
había alcanzado otros premios y, tal vez,
su meta más importante: construir edificios.
Antes de ganar el Pritzker, ya tenía entre
sus manos al menos tres encargos envidiables: el
museo Guggenheim en Taiwan, la estación ferroviaria
de alta velocidad en Napolés, Italia y un
complejo institucional en Montpellier, Francia.
Tres proyectos que sintetizan su madurez profesional
y su capacidad para concretar obras.
UN EDIFICIO VIVO. Cada vez que decide anclar en
una ciudad una nueva sede, la Fundación Guggenheim
pone todas sus fichas en buscar un arquitecto con
ideas tan llamativas como vanguardistas.
Nota completa